domingo, 12 de agosto de 2012

Los méritos y virtudes del Salat 'ala an-Nabí


Bismillahi Rahmani Rahim

         Desde la época de los Sahâba, los musulmanes siempre hemos honrado y querido a Sidnâ Muhammad, Rasûlullâh, Jairu l-Baría (s.a.s.), la Mejor de las Creaciones de Allah. Del amor intenso por él proviene la observancia de la Sunnah, y la Sunnah es la salvaguarda del Islam. Sin estos actos sencillos, como invocar el Salât y el Salâm sobre él (s.a.s.), los musulmanes perderían su conexión con su figura espiritual, con la Luz de Muhammad (s.a.s.). Asimismo, la celebración del Mulud, los anashîd, madh y qasa’id escritos en su honor han mantenido el amor por él (s.a.s.) en toda la Umma a lo largo de los siglos.

Sólo es modernamente, a partir de los últimos años del siglo XVIII cuando surgen unos personajes que con el aspecto de una gran rectitud islámica (llamados por los sabios wahhabiyyun o salafiyyun) empiezan a arremeter contra unas prácticas que forman parte de la cultura de los musulmanes y de la Sunnah del Rasûl (s.a.s.). Su impulso no venía del Dîn, sino de intereses creados, en otras palabras, de la siyasa. Estas personas hallaron el apoyo de los colonialistas y los orientalistas, que deseaban fragmentar el Califato Otomano, última gran formación política musulmana. Gracias a los orientalistas, personas a las cuales los ‘ulamá de los Haramain habían descualificado para escribir sobre el Islam y enseñarlo, obtienen un gran eco, y muchos musulmanes de buena fe se adhirieron a sus teorías, por su sencillez y su exposición esquemática. Los grandes centros de enseñanza del Islam estaban en decadencia, por lo que el grupo de la fitna no pudo ser convenientemente contrarrestado. Los wahhabiyyun, con el apoyo del Imperio Británico, aliados con los Banu Sa’ud, se adueñaron de Arabia, y crearon el Reino de Arabia Saudí, donde están situadas las Haramein, Meca al-Mukarrama y Medina al-Munawwara. A los ojos de muchos musulmanes esto les dio prestigio. En ambas ciudades, después de conquistarlas, organizaron una gran destrucción del patrimonio histórico de los tiempos de Rasûlullâh (s.a.s.), cegados por sus manías de que los musulmanes no mostraran respeto hacia todas las cosas del Rasûl (s.a.s.), los Suyos y los Sahâba (r.a.).

Con la colonización de todas las tierras del Islam, la discordia se prolongó hasta nuestros días, en los que aparecen musulmanes inspirados por los pensamientos de aquellos que atacaron a los musulmanes por su reverencia (ta’adhim, que no ‘ibâda) a Sidnâ Muhammad (s.a.s.).
Sin embargo, la práctica del Salat 'ala an-Nabí ha sido utilizada frecuentemente en todos los tiempos por la Umma, y ha sido -y es- fuente de innumerables bendiciones.
Existen hadices y noticias que nos han llegado, dichos por el Elegido (asws), sobre la virtud de la práctica del Salât ‘alà n-Nabí:

         Se ha contado que Rasûlullâh (s.a.s.) dijo: Allah ha dado a un ángel la potestad de oir todo lo que dicen las criaturas, y estará de pie ante mi tumba cuando yo muera.

Cuando alguien me bendiga, el ángel me dirá: “¡Oh, Muhammad! Tal persona te ha bendecido”, y entonces Allah bendecirá a esa persona diez veces por cada bendición que haya pronunciado en mi favor.

         En otra ocasión dijo: Allah tiene un ángel cuyas alas van del oriente al occidente. Cuando alguien me bendice por amor a mí, ese ángel se sumerge en el agua y cuando sale de ella, con cada gota que resbala de él Allah crea un ángel cuya misión es rogarle en favor del que me ha bendecido hasta el Día de la Resurrección.

         También dijo: Quien me bendiga una sola vez de una forma que complazca a Allah, le serán disculpados los errores de ochenta años.

         Y dijo: Quien me bendiga la noche del viernes (es decir, la noche anterior, la del jueves), de su boca sale un brillo de luz cada vez que pronuncie una bendición y con cada una de esas chispas Allah crea ángeles que suben hasta el Trono y circunvalan el Pedestal que lo sostiene, bendiciendo al que me ha bendecido. Entonces Allah se manifiesta a esos ángeles y les dice: “¿Qué deseáis?”, y le responden: “Tu Gufrân (el Perdón) para nuestro dueño, y que entre en el Jardín sin rendir cuentas y sin castigo”. Allah les dice entonces: “Me he comprometido conmigo mismo que no quemaré con Fuego a quien alce su voz y bendiga a Muhammad, aunque sus faltas sean tan abundantes como la espuma del mar”.

         Y dijo: Que me bendiga con frecuencia aquél al que le resulte difícil resolver sus problemas, porque la bendición en mi favor hace desaparecer preocupaciones, apaga tristezas y desata nudos, aumenta los bienes y soluciona las necesidades.

         Una vez, ‘Âisha estaba cosiendo poco antes de amanecer, se le cayó la aguja y se apagó la antorcha. En ese momento entró en su habitación Rasûlullâh (s.a.s.) y su luz iluminó la estancia y ella encontró la aguja. ‘Âisha le dijo: “¡Qué resplandeciente es tu rostro!”, y él le dijo: “¡Ay de quien no me vea el Día de la Resurrección!”. Ella le preguntó: “¿Quién no habrá de verte el Día de la Resurrección?”, y Sidnâ Muhammad (s.a.s.) le respondió: “No me verá el avaro”. Entonces ella quiso saber quién es el avaro, y Rasûlullâh (s.a.s.) le dijo: “Quien no me bendice al oír mi nombre”.

         También se ha contado que el Profeta (s.a.s.) dijo: Si el platillo de la Balanza de Allah en la que se depositen las bondades del mûmin no compensan la de sus malas obras el Día de la Resurrección, Rasûlullâh (s.a.s.) extraerá un trozo de papel del tamaño de la yema de un dedo y lo echará en ese platillo, y vencerá al de sus defectos. Ese hombre, agradecido, se volverá hacia quien le ha beneficiado de ese modo y le preguntará: “¿Quién eres tú, el de rostro resplandeciente?”, y le responderá: “Soy tu Nabí Muhammad y en ese papel estaban anotadas las bendiciones que me has dirigido, y yo te las devuelvo en el momento en que más necesidad tienes de ellas”.

         Y se ha dicho que Sidnâ Muhammad (s.a.s.) dijo: Cuando alguien me bendice una vez, un vocero en el cielo dice: “Y Allah te bendiga a ti cien veces”, y esa voz es oída por las gentes del segundo cielo, que dicen: “Allah le bendiga doscientas veces por esa bendición”, y esa voz es a su vez oída en el tercer cielo, y sus gentes dicen: “Allah lo bendiga mil veces”, y las gentes del cuarto cielo dicen: “Allah lo bendiga dos mil veces”, y las del quinto dicen: “Allah lo bendiga cuatro mil veces por esa bendición”, y los del sexto cielo dicen: “Allah lo bendiga seis mil veces”, y cuando los moradores del séptimo cielo lo escuchan dicen: “Allah lo bendiga siete mil veces”. Entonces, Allah dice: “Dejad de recompensar a ese siervo. Del mismo modo que él ha glorificado a mi Mensajero y lo ha bendecido con una aliento perfumado, Yo le disculpo todas sus faltas”.

         También dijo: Quien al despertar me bendice diez veces y al acostarse diez veces, tiene segura mi intercesión en su favor ante Allah.

         Y dijo: A quien me bendice cada día, yo le estrecharé la mano el Día de la Resurrección.

         Y dijo: Se verá más libre de los terrores del Día de la Resurrección el que más me haya bendecido en vida.

         Y dijo: Quien me salude diez veces es como si hubiera liberado un esclavo.

         Y dijo: Allah prescribe por cada bendición que se pronuncie en mi favor un quilate de oro, y cada quilate es como la montaña de Úhud.

         Los Maestros Sufíes han escrito que quien no encuentre un maestro que le guíe, que insista en la práctica del Salât ‘alà n-Nabí, y con ello verá cumplido su objetivo. Tal vez esto haya sido deducido de las palabras en las que Rasûlullâh (s.a.s.) anuncia a quien se consagra a bendecirlo que su tribulación desaparecerá y le serán perdonados por Allah sus defectos, pues el aspirante a la sabiduría de los sufíes busca un maestro que le ayude a purificarse y desapegarse de las obsesiones mundanales hasta que su único deseo sea Allah, y eso se logra con la práctica de bendecir a nuestro Nabí Muhammad (s.a.s.).

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